La peculiaridad turística en el contexto caribeño, de una mancha blanca entre Martinica y Guadalupe, ha sido determinante para decidirnos por esta isla.
Y como si fuese la verdadera incursión en lo inexplorado, el propio trayecto de ida nos ha proporcionado todo el rosario de casualidades que nos mantuvieron cercanos al infarto hasta el final: retraso de vuelo de salida, paros en el aeropuerto de escala, equipajes retenidos, segundos impracticables para alcanzar el ferry, carreras extenuantes...
Finalmente y pese a todos los contratiempos, alcanzamos el destino en tiempo previsto.
Cabrits Dive Centre (i)
Ya de noche, yendo al norte de la isla, hacia Portsmouth, la calma se hacia con nosotros, mientras el oleaje y la intuida cercanía de la orilla humedecían los sentidos.
Al día siguiente empezamos con un paseo pintoresco por los sumergidos jardines ingleses de la costa norte de la isla.
Allí, en los curiosos azares de la naturaleza uno está seducido ver el propósito, el orden, la intención, por imposible que parezca. Como si la distribución de las esponjas, sus variedades, los colores, las ondulaciones provocadas por las corrientes, fueron los juegos de un artificio, insinuando de haber intervenido en su concierto una voluntad extraña. Los recorridos por los insospechados laberintos en vez de sorprender despiertan la sensación de haberlos hallado antes. Es esa disposición armónica de lo absolutamente fortuito que desconcierta.
Más lejos, por donde la mirada se pierde, donde el horizonte se despeja gracias a la buena visibilidad, se proyectan las arquitecturas coralinas como si de los escondites de gnomos camuflados en el bosque se tratara.
Los palacetes, puentes, columnas, templos: con un poco de figuración, el paisaje de arrecife de Cabrits Peninsula traslada a las inmensidades del londinense Regent’s Park. Texturas, colores, tamaños. Púrpuras de largas esponjas tubulares, gigantescos látigos amarillos, vasijas rosadas, candelabros anaranjados, traslucidas velas con sus llamas de coloridos fairy basslets, ásperos barriles gigantes, verdes penachos de ramificaciones sinuosas. Solitarios o en bodegones de fantasía arriesgada. Todo eso mechado en lo justo por la alimaña ajetreada o reposada, o mezcla de ambas, exhibiendo su vistosidad o perfectamente mimetizada.
Cabrits Dive Centre (ii)
Fuera del agua, la imagen de un velero, aparentemente desatendido, fondeado en Prince Rupert Bay, al frente de nuestra cabaña, y en el segundo plano, los monstruosos cruceros de caribe escurriéndose en la lejanía, ponían a prueba nuestra imaginación.
No obstante, es el último anochecer que pasará al cajón de los recuerdos deliciosamente evocados. La inmersión nocturna en el embarcadero de Portsmouth. Como su denominación refleja, Pole to Pole, su realización consiste en pasar de un pilar de la jetty al otro. Allí nos encontramos con todos los gourmets imaginables para un banquete de despedida. Enormes morenas, gambones, gigantescos peces trompetas, pólipos fluorescentes como antorchas. Olvidamos que somos "consumidores" de aire y como extasiados nos dejamos enmarañar por el espectáculo hechicero (y por los sedales insidiosos). Pasada ampliamente una hora de inmersión todavía seguimos el aleteo pausado de Peter que, como un magnífico maestro de ceremonia, nos indica instante tras instante, los diversos manjares. Una contemplación hacia la superficie igualmente nos deja boquiabiertos (¡que peligro!). Allí, filtrando de manera escandalosa el claro de la luna llena, como en una pantalla encuadrada por las sombras del muelle, se desarrolla una agitación centelleante de la muchedumbre infinita de minúsculos pececillos. Quedamos pasmados por ese misterioso momento con las sensaciones que no caben en las definiciones conocidas.
Consumada la inmersión, morimos de hambre. Una hora y media del espectáculo tiene su broche final en una excelente comida china que nos llega al centro de buceo. El festín asiático en víspera de embarcarnos hacia el sur de la isla, retomando la cinematográfica ruta de los Piratas del Caribe.
Nature Island Dive
La ruta hacia Soufrière es un paso dramático entre el ambiente de una efervescente village-campus universitario yanki de Portsmouth y una aldea aquietada en la sombra de sus colindantes peñas. Estamos en los bordes de un enorme cráter sumergido del Soufriere Bay, delimitado por el Scotts Head al sur y el Pointe Michel al norte. Las primeras sensaciones son prometedoras. Ligera brisa rebota debajo de los peldaños de nuestro cottage, mece al ritmo el barco de Nature Island Dive, inspira fantasías. Favorecidos por el Kubuli hacemos las premisas sobre los próximos buceos. Por cierto, la información sobre la isla es una insistencia continua sobre sus cualidades naturales. Aquí, junto con los nueve potencialmente activos volcanes, los supervivientes Kalinago y las ancestrales prácticas de Crayfish River, encuadrados dentro de la excepcional configuración paisajística, recala el fantasma de Black Pearl y los cargamentos de Brinley Gold Rhum, aterciopelado sorrel y bois bandé, cotizados aceites esenciales, tannia ackra y curalotodo prickly pear.
Lo nuestro, no obstante, se precipita más allá de la línea marcada por la orilla. Los tesoros submarinos, amontonados al son de la fogosidad geotérmica, parecen acopiados aquí por los piratas apresurados. Con la pátina blanquecina traída por las corrientes del sur, el Scotts Head parece un desván mugriento, cubierto de telarañas. El spiny lobster o el raro red-banded hacen gala de sus dotes guardianes. Los ostentosos crinoideos compiten con los delicados encajes de Stylaster roseus.
De noche, actuando con los brazos a modo de varitas mágicas, levantamos el resplandor del frío oro del polvo luminiscente.
Tampoco resulta problemático llegar a los tesoros más apreciados, a los orange ball corallimorpharian o magnificent feather duster.
Embobados con la pelusita apariencia de un negruzco frogfish pasamos la mitad de una inmersión observando sus torpes movimiento de patitas y esfuerzos de camuflaje sobre el rocoso plató.
El baile provocativo de los nacarados yellowhead jawfish, la suntuosidad venosa del atavío de los scorpionfish o la enmudecedora inmensidad de las eagleray: tesoros a los que tuvimos acceso de la mano de Oscar, Tony y Weefy y gracias a Karen - la gran artífice de un centro de buceo extraordinario.